Atenea cayó en las garras del bandido Kazandis, quien la llevó a una oscura cueva en lo alto de una montaña griega.
Mientras la retenía contra un muro, exclamó:
—¡La quiero y ahora es mía! ¡Nadie la encontrará aquí!
De pronto, un ruido lo mantuvo alerta. Mientras se volvía para mirar, una ligera esperanza surgió en Atenea. De rodillas, avanzó un poco para mirar a través de la abertura.
Un hombre escalaba el escarpado precipicio. Con una indescriptible sensación de alivio, Atenea se dio cuenta de que era Orión. ¡Había regresado para intentar salvarla!
Mientras la retenía contra un muro, exclamó:
—¡La quiero y ahora es mía! ¡Nadie la encontrará aquí!
De pronto, un ruido lo mantuvo alerta. Mientras se volvía para mirar, una ligera esperanza surgió en Atenea. De rodillas, avanzó un poco para mirar a través de la abertura.
Un hombre escalaba el escarpado precipicio. Con una indescriptible sensación de alivio, Atenea se dio cuenta de que era Orión. ¡Había regresado para intentar salvarla!
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