No cabía la menor duda de que el Marqués de Aldridge le había salvado la vida. Los aldeanos estaban convencidos de que ella era una bruja y la arrastraban hacia el río para someterla a la prueba definitiva: si se ahogaba, era inocente; si flotaba, estaba poseída por el demonio. El marqués, por fortuna, logró convencer a la furiosa turba para que la dejara en libertad. Había comprendido que aquella criatura era demasiado inocente y adorable para ser una bruja. Y, sin embargo, la belleza de cabello color azabache y vívidos ojos azules lo envolvió en su embrujo, hechizándolo como jamás hubiera podido hacerlo ninguna mujer.
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